Es incomprensible la falta de respeto y la
intolerancia de esos caciques de las cacerolas, hay barrios en los que, a las
seis o a las siete de la tarde salen a los balcones y ventanas a manifestarse,
y ojo, legítimanete, están en su derecho, pero después, a las ocho, cuando
otros salen a aplaudir, ellos vuelven con sus cacerolas hasta que tapan los
aplausos. Y eso es intolerancia, además cada semana celebran varias y en
distintos horarios, pero parece que no les es suficiente.
Estas derechas nostálgicas del pasado quieren
hacernos creer que esto es cosa de gente sencilla y trabajadora. Fariseos,
mentirosos, saben de sobra que la gente corriente no se puede permitir el lujo
de aporrear sartenes, están más preocupados por encontrar una manera accesible
para intentar llegar a fin de mes.
Lo peor es que esas caceroladas terminan en
escraches en muchas ocasiones. Como el que hicieron en Galapagar frente al
chalet de Pablo Iglesias. Los escraches son legales, pero lo que no es legal son amenazas expresas como
“si sales de casa te abrimos la cabeza”. Una cosa es cacerolear y otra
intimidar con retos y desafíos.
Desde que apareció vox, la proliferación de
ultraderechistas melancólicos del franquismo, se ha convertido en un hecho
triste en España, no solo por la insolencia de tildar a la izquierda de
"progres",
"narcocomunistas",
"bolivarianos", o "gentucistas", entre otros
vocablos descabellados e incongruentes propios de mentes putrefactas y
ulceradas, sino porque han intentado permear en la sociedad apropiándose además
de símbolos que nada tienen que ver con ellos. Es deleznable la
instrumentalización que hacen de ello estos energúmenos. La política es otra
cosa, y no legitimar escándalos, potenciar corrupciones o la búsqueda constante
de votos, la política es responsabilidad, es representación, es interés por los
asuntos generales de la sociedad, pero nunca agitar el monigote del “orgullo
nacional” y el pundonor por los símbolos identitarios. No obstante, estos
catecúmenos de Aznar tienen la lección bien aprendida. Ya a principios de los
noventa, nos hablaba este dechado de ignorancia de la “balcanización de España”
y del riesgo de ruptura de nuestra nación haciendo uso de esos símbolos que
poco a poco se han ido apropiando con desvergüenza, como si los de izquierdas,
por no ser reaccionarios totalitarios no quisieramos a nuestra tierra y a
nuestros compatriotas más y mejor que ellos...
“Esto es impresionante, una fista. Lo más parecido que
yo vi es cuando ganamos la Copa del Mundo. Gente por las calles, expresando con
toda alegría su derecho a protestar con banderas de España, sin un sólo
incidente feo. Esto es una maravilla, realmente es increíble”. Estas son las
palabras de un merluzo, un botarate, un irreflexivo, insensato e imprudente,
que no respeta a las miles de víctimas que esta pandemia ha provocado. Ni a los
miles de parados que hacen cola en los bancos de alimentos para
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