domingo, 12 de julio de 2020

La complicidad de los contrarios



Encontrar a alguien igual o muy parecido a uno mismo parece en principio algo maravilloso, pero quizás se pasa por alto algo esencial. La compatibilidad no solo es cuestión de coincidir en aquellas cosas que nos planteamos. Es importante reírse, disfrutar de la compañía del otro y compartir intereses, aficiones y valores, por supuesto, pero, ¿es eso todo lo que buscamos en el amor?

Yo creo que la compatibilidad se basa en algo más que en similitudes. Considero más importante encontrar a alguien diferente que consiga que el crecimiento personal dependa de los desafíos que te ponga por delante, porque alguien exactamente como yo no me empujará hacia nuevos retos.

Si quiero crecer como persona, no puedo conformarme con mi hermana gemela. Entiendo que para muchos es fácil dejar que su propio reflejo les seduzca. Lógicamente, alguien que apruebe cada capricho, que esté de acuerdo en los temas importantes y que quiera pasar cada hora del día de la misma forma que nosotros, en principio es una idea que atrae. Pero, ¿esto no estaría condenándonos a quedarnos estancados?

En mi caso, tal vez sea un poco dramático o, incluso algunos dirán que masoquista,  necesito esas semillas de crecimiento. Y alguien igual a mí no me reta a cosas nuevas, ni me enseña nada sobre la vida. Mi pareja ideal no es una persona con puntos de vista, personalidad o entorno idéntico. Mi modelo perfecto me complementa y me plantea retos a diario para alcanzar nuevos niveles de comprensión y experimentar cosas excepcionales y diferentes a las que no estoy acostumbrado.

Y tanto es así que a veces no la aguanto, porque sus opiniones me sacan de quicio y porque su visión del mundo me parece hasta incompatible. Pero, sin embargo, eso me ayuda a ver las cosas desde su perspectiva, a entender cómo sus vivencias han dado forma a sus enfoques y a sus principios. Veo la posibilidad de que existan realidades alternativas. Que yo no soy el rey del mundo y que no siempre tengo el poder de la razón y la verdad absolutas.

Me enseña que ella también posee puntos fuertes, y que éstos compensan mis puntos débiles, y por supuesto también al revés. Así que, al margen de esos momentos en que la odio, me proporciona muchos más instantes en que la admiro por destacar en aquellos ámbitos que a mí me cuestan más, como cuando hace que mantenga la calma cuando pierdo los estribos.

Juntos somos mejores. Y bienvenidos esos desacuerdos. O esas discusiones y peleas, porque sabiendo disculparse, todo va bien.

Hoy me río y disfruto de esas diferencias fastidiosas. Aprecio esos aspectos de su personalidad que me provocan ganas de tirarle de los pelos, porque son cosas que nos complementan. Los defectos no son defectos en absoluto. Somos humanos en evolución constante. Imparables; precisamente por esa unidad que formamos.

lunes, 6 de julio de 2020

En la inmensidad de la noche




Con mis palabras intento emular ingenuamente aquellos amores dramáticos que se entregaban en otro tiempo en las noches de luna llena, pero mis versos desmayados me delatan cuando los disfrazo de distancia. Pasa el tiempo sin pasar, como si habitara en un reloj de arena infinitamente lento. Tras mi ventana se oye el gemido del viento que acaricia con sus lamentos mis cristales. En la estepa duerme el recuerdo hecho barro por la lluvia de las lágrimas de cien amantes olvidados, como si fueran huesos molidos por los siglos entre las vastas ruinas de la tarde que cae en el horizonte. Yo lo observo desde las sombras, escondido, a la deriva de mis pensamientos, en un mar borroso de momentos vividos.

He encendido un viejo farol de queroseno para hacer más íntimo el ritual de pensarte. Así a medida que escribo, siento tu presencia más cerca de mí. Casi puedo verte sentada, en esa vieja mecedora de madera de roble, mirándome con una sonrisa dibujada en tus labios, una sonrisa como la que tengo yo ahora, mientras te escribo, en alguna parte del mundo, a solas, echándote dolorosamente de menos. 

Si cierro los ojos puedo sentir que estás aquí . Puedo rozar tu cuello con mis labios, oler tu cabello, tocar tus manos. En la inmensidad de la noche que se cierne sobre mí esculpo con mis poemas dioses ahítos de vértigo por la anatomía sinuosa tu cuerpo. Puedo sentir tu aliento, tus labios húmedos posarse en los míos. Tus dedos enredados en mi pelo. Puedo notar tu respiración, mientras te aferras a mis brazos y nuestras bocas se unen como si tuvieran miedo a separarse de nuevo. 

Puedo sentir cómo juntos derrumbamos murallas, cómo alejamos esos viejos fantasmas muertos que arrastramos. Puedo gritar hasta quedar exhausto, agradecido y saciado, puedo fundirme contigo en un abrazo imaginario e infinito, y puedo ver dos cuerpos reconvertidos en un todo en mitad de esta nada opresiva. No quiero romper ese silencio que lo dice todo, pues ahora sé que mi alma existe, ya que siento cómo me duele.

domingo, 5 de julio de 2020

El eco de mis recuerdos



Hay cosas que escribo en mi diario para mantenerlas escondidas.
Hay otras con las que hago canciones para repetirlas cada vez que lo necesito.
Hay cosas que se quedan ocultas en mi alma

y que estarán conmigo siempre y en todo momento.

Hay cosas que ni callando puedo guardar en secreto.
Hay cosas que escribo a la luz de las velas
y cosas que recito a oscuras.
Hay palabras que siento tan mías que no son de nadie más.
Hay cosas que solo he sentido contigo
y más que sin ti no hubiera vivido.
Hay cosas y cosas, y muchas más cosas
que no acabaría de enumerar en toda una vida.
Algunas se las lleva el tiempo allí donde el olvido cría vacíos.
Donde la soledad es la nada y el silencio el eco de mis recuerdos.
Pero todas son cosas que siguen ancladas
aunque el viento sople fuerte,

porque están en mi alma.
Y allí quedaran eternamente conmigo cuando ya no haya mundo.
Porque todas esas cosas dicen cuánto me has querido.

Hay cosas que son palabras y que escribo para ti,
y hay poemas llenos de versos
que quizás lleguen cuando ya no haya nadie que quiera leerlos.

viernes, 3 de julio de 2020

Poder e influencia



El interés y la pretensión de personajes sin escrúpulos como Donald Trump, por conseguir lo que quieren, les lleva, incluso, a atentar contra la vida de los demás. Está claro que la práctica de este crimen abominable, en circunstancias precisas como la que el mundo está viviendo son perversas y malintencionadas. 

El ego de este monstruo le ha llevado a acaparar la medicación de Remdesivir, y convertir   en misión imposible su acceso para el resto de países en los próximos meses. Este infame ser ha comprado las más de las 500.000 dosis disponibles para julio de este medicamento,  garantizándose el 90% de las que la farmacéutica Gilead produzca para los meses de agosto y septiembre.

Es una cuestión de dignidad y respeto hacia el bien más preciado, la vida humana, ya que está en juego el futuro de la humanidad. La vida humana debe ser defendida siempre, y ningún dirigente tiene derecho a imponer su fuerza o su criterio ante este hecho tan natural. Por eso, más allá de convicciones o intereses, este payaso con aires de grandeza debería creer un poco más en la multilateralidad y en la solidaridad primero. Y si no, para eso están sus asesores. Este medicamento existe gracias a los esfuerzos y ensayos realizados por otros países, se probó como antiviral para el ébola, y su investigación original fue la hepatitis C.

Esta actitud acaparadora puede hacer saltar las alarmas ya que destruye los fundamentos de la cooperación internacional, cuestión de suma importancia de cara a una posible vacuna. Trump solo quiere el monopolio. Y no tiene reparos en proclamar que su Administración está dispuesta a pujar y superar a cualquier otro país para asegurarse los suministros médicos que considere necesarios para Estados Unidos.

Naciones Unidas debería contemplar esto en base al orden jurídico e incluso penal, pues la intención deliberada de EE.UU. viola la dignidad y supone un peligro universal. El derecho a vivir es un derecho fundamental, sobre el cual descansan todos los demás derechos. Este enfermo mental no tiene ni puede tener derecho a despreciar a todo aquel que no sea estadounidense, y mucho menos a privar de la posibilidad de una cura a otros seres humanos por el hecho de haber nacido en otro país que no sea el suyo.

Esta acumulación de Remdesivir es una muy mala noticia para el resto de países, ya que pone de manifiesto el efecto escalofriante que la Administración Trump tiene sobre los derechos de propiedad intelectual.

Nada debería valorarse más que la vida humana, no hay justificación para que un país o un dirigente se consideren superiores a otros. Estamos inmersos en un sistema deshumanizado que otorga más valor al dinero, al poder o a las influencias.

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