martes, 11 de agosto de 2020

El hombre del espejo


Soy yo. Ese que veo cuando me miro en el espejo. El que siempre permanece callado observando e imitando los movimientos que yo mismo hago para reconocerme. Tengo miedo de cerrar los ojos, porque entonces no me veo y me podría permitirme ciertas licencias. ¿Y si tratase de abstraerme de todo aquello que no me gusta y aprovechando ese instante pudiera cambiar mi vida?

Soy yo, sí, y lo sé, esa silueta que veo algunas noches de luna llena asomada al lago de mi conciencia obscura. Y lo malo es que me gusta imaginar que mi vida se compone de una secuencia de momentos repetitivos, como si de un continuo déjà vu se tratara, me deslizo con movimientos suaves, acompasados, como siguiendo el ritmo del preludio de Johann Sebastian Bach. Podría caminar por el agua. Porque soy mi otro yo, el de la mirada perdida en otros mundos, el de la media sonrisa que se torna en mueca, según los atardeceres que acudan a mi ventana.

Soy un actor dentro de una película en blanco y negro, con cigarrillo de marihuana al borde de los labios. Soy el hombre que se rodea de mujeres, pero malvive huérfano de abrazos. Soy ese ingenuo que cree en el amor por encima de la razón. Aquel que perdió la cordura de golpe, tras casi perder la vida una madrugada cualquiera.

Soy el que camina descalzo por los montes escarpados de mi infancia lejana. El que habla con el cielo estrellado desde los acantilados donde se derrumba la soledad en sombras. Soy el que se aferra a los recuerdos desgarradores y adopta las penas sin dueño. Soy el que dio un beso a una chica por primera vez a los diez años y desde entonces no ha dejado de darlos. No es un vicio. Responde a un orden natural de búsqueda, no a un impulso.

Sí, lo confieso, he roto unos cuantos corazones equivocados. Y he perdido algún que otro tren, pero no quiero acabar cogiendo el primer coche que me pare haciendo autostop. He visto trescientos amaneceres seguidos sin dormir y ahora estoy cansado, quiero dormir quinientas noches, hasta que la princesa esperada anti-encantamientos me despierte para entregarme su amor y mostrarme el mío.

Puedo decir que reí mucho, pero aún lloré más. Lloré por dolor, por miedo, por alegría, por despedidas, por muertes, lloré hasta por nada, solo por ver si esto me humanizaba. Por eso, hoy, puedo decir que soy el testimonio de un pasado que recuerdo con nostalgia, pero sin ganas de volver a vivirlo. No echo de menos nada, porque a pesar del paso del tiempo, sigo reconociéndome en los espejos y eso, me guste o no, es la única realidad a la que me puedo agarrar; eso soy yo.

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