domingo, 16 de septiembre de 2018

Ética informativa


Los medios de información requieren de personas leales formadas en las universidades bajo esos valores presupuestos connaturales al buen periodista, porque los ciudadanos necesitamos que las noticias que nos dan sean reales, valiosas, que aporten sin ninguna duda o mala intención, verdades comprometidas con aquello que realmente está sucediendo. Creer en nuestros medios, es la única opción que nos puede sacar de la crisis informativa actual a que nos ha llevado una fragmentaria información. Pero esto requiere veracidad total y responsabilidad incontrovertible.
Da mucha lástima ver a personas jóvenes que se integran en el medio del mundo de la comunicación, sin haber visto ningún aporte visible de aquellas organizaciones fuertes, sin compromiso hoy,  sin hacer nada para cambiar el rumbo de la historia de nuestro país ya en declive de valores, y con la experiencia de décadas de represión, superadas afortunadamente por la juventud de entonces de la que ellos mismos formaban parte en aquellos momentos, pero reemplazando ahora  inexorablemente esos viejos paradigmas abocados a morir, por la nada correcta comodidad parcial ideológica.
La única esperanza es ver que aún quedan otros profesionales con más juventud en el alma que tal vez en el cuerpo, enseñando con entusiasmo y practicando los valores éticos y morales con el ejemplo como bandera, respetados por su sabiduría, su lealtad, sus buenos consejos, su apoyo a los nuevos arquetipos, su visión y una vida periodística vivida plenamente con dedicación.
La lealtad es, por consiguiente, un sentimiento de fidelidad y constituye uno de los atractivos que hacen fuerte a un medio, porque genera compromiso y trabajo eficiente en sus objetivos. La lealtad a la verdad viene desde el hogar y se alimenta en las instituciones. Por su ausencia, muchos medios se  tambalean ante la desinformación alimentada por la idiosincrasia mendaz de creer más al chisme que a la trayectoria; un aporte social propagado por malos profesionales rencorosos, envidiosos e ineficientes, con una falta de ética abrumadora. No es de extrañar, que sean esos desleales y desagradecidos mentecatos quienes salen a hablar mal de todo aquello que no comulga con sus maquiavélicas ideas aunque se trate de mejoras o de proposiciones óptimas de futuro.

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