lunes, 27 de agosto de 2018

Bullying, un mal endémico


Cuando hablamos de acoso escolar -bullying-, un fenómeno que copa cada vez más la atención de los medios en nuestro país, no hablamos de una agresión paralela en la que dos personas desean hacerse un daño mutuo, sino de una forma continuada de violencia entre iguales donde una o varias personas, generalmente más populares y con un muy bajo sentimiento de participación afectiva, someten a otra persona de su clase o de su escuela a continuas humillaciones y afrentas.
La naturaleza de este acoso puede ser física, verbal, digital o cimentada en la exclusión social. Las familias tienen un cometido fundamental en la intervención y solución del conflicto, aunque  normalmente se aferran la negación de que su hija o hijo esté agrediendo, pero también hay incomprensión y dolor por la otra parte en que esté siendo acosada o acosado.
Tanto los medios, como la sociedad en general tendemos a poner el foco de atención en quienes tienen el rol de víctimas. Olvidando así el deber urgente y necesario de intentar atajar el problema desde sus orígenes, es decir, deberíamos ver cómo proteger a los menores para que no tomen el papel de agresores.
En realidad, primero son personas en crecimiento físico y desarrollo emocional que, en un determinado momento, pueden tomar, según las circunstancias, un rol u otro. Se han dado casos de agresores que tienen tan sólo nueve años, y se ha pasado a considerarles ya perjudiciales para la sociedad. Cuando en realidad son papeles que se toman, y por lo tanto, se pueden dejar con una adecuada práctica educativa, al menos a esas tempranas edades.
El bullying es una especie de nueva enfermedad estructural, es una visión deformada de la realidad como algo competitivo donde se aprecia la diversidad como una amenaza que invita a excluir por incomprendida.
Otro error que incrementa esta preocupación viene dado por la obligación de los centros educativos de hacernos creer en ese discurso generalizado suyo de que eso no ocurre en su seno. Y esa dificultad para reconocer el problema es porque se vive como una vergüenza y como un fracaso del propio  colegio para contenerlo y cortarlo. En nuestra sociedad cuesta admitir el conflicto, el fracaso y la vergüenza.
El acoso escolar es un problema mundial. Así lo ha retratado la Unesco en su último informe -Ending the Torment-, dos de cada 10 alumnos lo sufren o, dicho de otra manera, unos 246 millones de jóvenes -niños y adolescentes- padecen este tipo de hostigamiento en el planeta. 
Es fundamental seguir avanzando en cuanto a visibilidad y concienciación del acoso escolar. Tenemos que reconsiderar por qué los menores recurren a la violencia y, con estos datos, promover valores como el respeto, la empatía y la solidaridad. Cualquier tipo de violencia debe detectarse a tiempo para poder emprender las medidas oportunas con el máximo acuerdo para que ningún menor tenga que verse expuesto a una situación así jamás.




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