Era el primer día de clase en el bosque, y los animales más jóvenes acudían en tropel al claro donde el profesor Zorro, de todos conocido por su astucia y gran cultura se disponía a explicar una interesante lección.
Topete, el pequeño roedor, llegó muy contento con sus libros, cuadernos y lápices de colores, ansioso por aprender cosas nuevas. Pero cual no sería su disgusto al darse cuenta de que no oía bien lo que el profesor Zorro iba explicando y si se esforzaba abriendo mucho las orejas el ruido de los demás compañeros le molestaba.
Al terminar la clase se fue solo y triste. Iba tan absorto en sus sombríos pensamientos que tropezó sin querer con otro animalito que iba por el mismo camino. Cabizbajo como él. Era Rufeta, la pequeña urraca cleptómana.
-Perdona.- se excusó Rufeta.
-Perdona tú contestó Topete con voz llorosa. Oigo tan mal que voy tropezando con todo el mundo por no oír sus pasos.
-¿Tú también tienes ese problema?.- preguntó Rufeta.
-Vaya si lo tengo, y por eso me cuesta mucho estudiar.
-Lo mismo me pasa a mí.- dijo Rufeta.
-¿Por qué no vais a ver al decano Búho?.- Sugirió el profesor Zorro.- Seguro que él puede ayudaros. Es muy bueno buscando soluciones rápidas.
-¡Buena idea!.- exclamaron Rufeta y Topete.
El decano Búho tenía en su despacho muchas fotografías colgadas donde aparecía junto a los animales más sobresalientes del bosque y fue muy cordial con los dos amiguitos.
Desplegó uno de esos papeles que los demás estudiantes tanto anhelan -títulos oficiales- y les dijo con voz muy altanera:
-Vuestra aplicación ha sido excelente atendiendo con sumo interés al profesor Zorro. Poned aquí vuestros nombres que ya lo firmaré yo después.
Al día siguiente Rufeta y Topete tenían ya trabajos muy lucrativos en las oficinas de la administración del bosque y de las paredes de sus despachos colgaban unos diplomas muy bonitos por los que no tuvieron que hacer ningún esfuerzo para conseguirlos.
Eso sí, la lección del profesor Zorro fue muy atentamente seguida por los dos que nunca más tuvieron que esforzar sus oídos más que para escuchar las alabanzas que el bosque les regalaba.
La comunicación nos permite comprender la sociedad en que vivimos, nos habla de la realidad conocida, pero también de lo que se queda en el mundo de los sueños. No hay nada más subversivo que el intercambio de nuestras experiencias
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