La
glorificada Transición después de la dictadura militar, fascista,
clerical y bonapartista del cacique marroquí fue una transición,
cierto, eso no puede negarse, un consentimiento, una operación
política a lo Gatopardo de Lampedusa. Es querer cambiar las cosas
para que éstas sigan igual.
Igual
que en Sicilia un siglo antes, en nuestro país se cambiaba o se
maquillaba todo, pero sólo para que los franco fascistas siguieran
igual, prósperos y ufanos, disfrutando del mucho poder político
alcanzado, militar y económico y, por supuesto, de sus grandes
rapiñas crematísticas, lo cual continúa hoy en el sector neo
retro-fascista del nuevo PP de Pablo Casado o en el ya destapado
Albert Rivera con sus Ciudadanos; que si pudieran llevarían hoy aún
a Franco bajo palio como la hostia sagrada aunque sólo fuera en su
exhumación. En esto consistió buena parte del proceso de
transición.
Ahí
estaban delincuentes de perjudicada humanidad como Fraga (quien
tendría que haber dado con sus huesos en la cárcel, como les
sucedió a sus homólogos en el resto de Europa), travestidos ahora
en padres del nuevo orden jurídico-político democrático,
espoleando a diseñar una Constitución con notables trágalas. Pero,
eso sí, sin incluir el reconocimiento y la rehabilitación de los
últimos soldados de la República, nuestros guerrilleros o maquis,
como se les hacía llamar, antifascistas,para el resto de Europa
héroes con medallas, pensiones y rangos militares, mientras en
nuestro espantajo de país, se les llamaba bandoleros, incluso hoy,
cuatro décadas después de Franco. Y todo esto bajo el icono estatal
de un monarca impuesto por un caudillo que llegó al poder con una
legitimidad inferior a la de Mussolini o el propio Hitler.
Somos
el segundo país del mundo, sólo superado por Camboya, en siniestras
fosas de la indignidad y la ignominia, todavía muchas de ellas
ocultas, con cien mil españoles asesinados por el franquismo y
enterrados sin nombre y sin saberse dónde.
Para
qué necesitamos una monarquía, arbitraria y moderadora -Art. 56 de
la Constitución- que no ejerce su función en aras de una solución
definitiva a un conflicto que lleva ya demasiado tiempo abierto. Una
monarquía que hoy por hoy no es capaz de zanjar algo tan necesario
como el tema catalán, si es que de verdad es el rey de todos los
españoles.
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