Tal voluntad de afianzamiento en el poder no hizo sino destruir todo aquello que fuese en contra de su mando absoluto y personal en medio del más completo vacío político. Y esto ha condicionado una imposibilidad hereditaria de gobernabilidad democrática pura como legado de un régimen imperativo que instauró, primero una monarquía contaminada y continuadora de unas conductas muy poco sanas, con unas manías y vicios adquiridos bastante ominosos para un pueblo que de alguna manera se había acostumbrado a vivir sometido, y segundo unos principios reguladores esencialmente conservadores con una política social y de protección sencillamente ineficaz.
Las clases de derechas españolas, tal vez confían aún hoy en esta ilusión política y en este sentido liberal que inició gradualmente una evolución ficticia de España hacia una democracia de tipo europeo occidental; pero no pluralista y mucho menos auténtica. Ejemplos como Rivera y Casado son los más destacados.
Para ellos, el gran obstáculo a sus planes son el activismo de los grupos reivindicativos o de fuerzas paralelas. Pero en cualquier caso, estos colaboradores privilegiados de esos núcleos supervivientes que aún resisten y que ahora comienzan a salir de sus agujeros -la derecha franquista- a pesar de provenir como gusanos alimentados de un descompuesto régimen, se siguen negando absolutamente a introducir cambios reales en la política del siglo XXI por su temor a la libertad, que inevitablemente traerá el futuro que tanto les sobrecoge, una Europa sin fronteras, sin símbolos nacionalistas, abierta a la ayuda humanitaria, plural y democráticamente madura.
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