viernes, 5 de junio de 2020

Amor, piedra y lluvia




Mi herida quemaba de nuevo, su dolor a la luz de la luna era más fuerte y más despiadado, me derrumbé en la cama y me sumergí en los sueños que de niño recordaba haber construido en momentos de temor.

De un salto me incorporo, me escondo en la esquina más oscura de esa fría habitación de hotel, abrazo con fuerza mis rodillas y dejo caer mi rostro sobre ellas. Me siento solo, y tengo miedo. Intento cerrar los ojos, me consume el dolor. Me bastaría con tener su corazón en mis manos, su sonrisa en esa mueca que intuyo tengo ahora, su boca anclada a la mía.

Descalzo, bailo solo al ritmo de nuestra vieja canción, se abre paso una auténtica sonrisa, el placer vuelve, los besos son más que recuerdos, mi voz se rompe; sus dudas y reproches, su descaro en forma de palabras dañinas, su pena como puñales, su angustia agotadora que desemboca en discusiones diarias, mi rechazo.

Esto es lo que queda, lo que quema, lo que abre mi herida hasta desangrarme.

En el jardín abandonado de ese amor agonizante queda varada mi felicidad, con ella mis versos apasionados en poemas escritos en pedazos de papel ajado y amarillento, a mi lado el engaño y de lejos, la soledad que ansiosa espera mi llegada.

Eran para ella las poesías y las canciones de palabras apretadas en caligrafía corrida con tinta azul que en las tardes lluviosas me cobijaban, cuando mirando por la ventana, de mis manos inconscientes nacían sus trazos.

Comienza a llover fuera, quiero salir, me dirijo a la puerta, la abro, el olor a tierra mojada me invade, estiro mi brazo y siento el frescor del agua que el cielo me regala. La mirada se me agranda, se hace profunda, mi mente golpea mis sentidos, me obliga a recordar que ya no vivo, que soy el espejismo de aquel hombre que en piedra se ha convertido por haberla amado tanto.

- Y, esa es la historia, amor mío, de esta estatua dedicada al hombre que amó más allá de lo indecible.- oí decir a alguien frente a mí. Creo que era un hombre abrazado a una mujer, que bajo un paraguas se cobijaban de la pertinaz lluvia que las nubes arrojaban. 

Intenté decir algo, pero no podía abrir los labios, intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía. Ahora lo recuerdo, solo soy una estatua.

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